21 de enero de 2013

Olorosa nostalgia


Me huele a un paraíso en donde la angustia brilla por su ausencia
y el tiempo no cumple un rol principal.


Por Ana Gómez Durán

El olor del pasto acabado de podar, el café y la mandarina evocan un sentimiento de nostalgia y felicidad.  Para mí eso fue la niñez.

Sentada debajo de un árbol recogiendo las flores del suelo verde, para luego cocinarlas a fuego lento en la hoguera de mi memoria... así transcurrió la infancia más feliz que se pueda imaginar.


En este añorado estado mental al que se le llama niñez, hay una persona a la que sigo pensando cada vez que traigo a mi presente las vivencias de aquel pasado que cada minuto se vuelve más lejano. Pienso en las canas que posaban como olas en el mar sobre la cabeza del hombre que extraño cada segundo que pasa y que oigo en cada silencio de mi presente.


Me huele a él, a su risa y a la mandarina que se comía en los fines de semana. Me huele a él, a pasto, a perros y a caballos. Me huele bien y me duele cada vez que me huele. Me duele el alma por saber que faltan años para volverlo a ver, me duele el pecho cada vez que oigo su voz que me llama desde lo remoto de mi pasado.

Me huele a un paraíso en donde la angustia brilla por su ausencia y el tiempo no cumple un rol principal.
 

Cierro los ojos y me siento ahí en ese lugar, balanceándome en una hamaca de paz y de risas infinitas. Me huele a él, me huele a mí, me huele a ron y me huele a caballero de la noche. Pero como me huele me sabe. Me sabe al más que sabe y me sabe a panela y a chocolate caliente.
 

Si alguien alguna vez me pregunta a qué huele mi niñez, la respuesta sería más clara que la quebrada de la Mancha.
 

Mi niñez huele hoy a mis veinte años y mañana a mis cien, a una persona, a un hombre. Huele a mi tío Nelson.

1 comentario:

  1. Otra vez las lagrimas inundaron esta lectura.
    Soy un padre muy orgulloso y un lector ansioso.

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